FUNCION NOCTURNA
para Luís Camilo
Guevara
Cada noche,cuando apenas han dado las nueve,los esposos regresan a casa después de haber completado un pequeño paseo por el barrio.Ahora les vemos cruzar la verja de una de esas quintas modestas,que envejecieron sin haberse quitado el lazo y la falda almidonada que usaron en su fiesta de quince años.
Ella queda un poco rezagada del marido,disimulada a medias por la oscuridad del jardincito;mientras el caballero da un paso decidido hacia el pórtico y se lleva una mano al bolsillo.
Un instante después,el húmedo chasquido del pestillo suena detrás de ellos.
En los minutos siguientes,el silencio que comúnmente se pasea por la casa,se ve interrumpido por rumor de pisadas y conversaciones en voz baja,a medida que los esposos van de un lado para otro cumpliendo algunas tareas domésticas.
Ella se inclina por sobre el cubo de la basura para asegurarse de que la tapa ha quedado bien calzada.El pasa por detrás de ella cuando se dirige a hacer su última visita del día al cuarto de baño,y sin pensárselo detiene sus pasos,se inclina,la abraza por el torso,y como si ya se sintiera atraído por un liviano espíritu nocturno,deja que sus dedos opriman con delicadeza dos nidos espaciosos que cuelgan de su rama,moldeables todavía aunque ya nada trina en su interior.
El cabello abundante se desliza a un lado bañando una parte del hombro carnoso,y él se recuesta un poco más en su espalda y siente el paso de una risita aguda que corre formando burbujas.
Apenas entran en la alcoba,una transformación va teniendo lugar en las facciones del marido;quien en la vida real se desempeña como cajero de una agencia bancaria,razón por la cual su fisonomía padece de los estragos originados comúnmente por la taquilla:una mirada fría y distante,unos rasgos lavados con señales vidriosas en los lagrimales;una piel que ha venido chupando,año tras año,a través de las yemas de los dedos,cierta saña del prójimo vertida en el papel moneda;y esas señales despiertan ahora avivadas por un brillo histriónico que se comunica a cada movimiento suyo,añadiéndoles velocidad y chispa,como si en el interior de ese cuerpo una corriente de sangre vigorosa se abriera camino.
Ella aparta de él la mirada ocultando una cara bañada por las lágrimas;pero ya el marido aguarda a los pies de la cama en mangas de camisa.Sus rasgos ya no resplandecen como lo hacían hace unos momentos;tampoco muestran despotismo o crueldad.Por el contrario,la disposición del semblante reposa al parecer en un asiento de conciencia en paz.
La mujer sin hacerse esperar se pone de rodillas en la alfombra.Ella misma aparta a un lado el bloque de cabellos valiéndose de un ademán del brazo casi ritual y cadencioso.Dobla con lentitud el espinazo,apoya la frente en el borde metálico de la cama y deja el cuello al descubierto.
El marido levanta el hacha en las dos manos.
La cabeza rueda sobre la colcha,por milésima vez en millares de noches semejantes,envuelta en sus propios cabellos.
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