El hombre frente a mi tiene los ojos vivaces y un aire de desenfado juguetón que el calor de la tarde no mengüa.Parece más una estrella de rock,un angelote festivo o un personaje escapado de algún cuento fantástico que el estereotipo de un violinista,quizá sea todos ellos.A sorbos de té helado me dispongo a escuchar la historia de Guillermo Gómez Cerón,una historia de pasión,sueños y rebeldía.Puede decirse que la niñez de Guillermo transcurrió entre lo profano y lo sacro:ayudaba en diversas labores en el bar de su padre,un apasionado tangófilo,y al tiempo era un monaguillo de la Catedral de Popayán, subyugado por el ambiente musical que se respiraba allí y en general en los demás templos del Popayán de entonces, religioso a ultranza.Guillermo recuerda como su primer instrumento musical una enorme campana alemana que literalmente lo levantaba del suelo al tañirla,eso,la atenta observación del tocar de los músicos y los oficios del café fueron su pan diario y lo que determinaría su estilo:con un pie( con una mano?)en la tradición y otro en la experimentación moderna.A sus seis años Guillermo comienza a tomar clases de violín,el instrumento que lo embrujó con su sonido,apoyado con entusiasmo por su padre.Su primer profesor,el maestro Hugo Valencia,un hombre rigurosamente académico,le dió lo puramente básico a saber del violín,pero el pasional aprendíz sentía la natural insatisfacción de los grandes músicos hacia los modos académicos,era una enseñanza precisa mas insuficiente para su espíritu exhuberante,para la transgresión temeraria a la que se sentía llamado.
Todo cambiaría con la aparición de un genio zíngaro venido de Italia,por tradición patria de genios del violín como Vivaldi,Carmignola,Bassani,el insumiso Paganini y muchos más;el mítico Raúl Emiliani,un gigantón de ochenta años,exultante de pasión y maestría había llegado a Popayán y Guillermo supo que ese viejo violinista rezumante de ardentía gitana era el perfecto guía de su pasión.Lleno de certeza dejó la escuela formal y se hizo alumno de Emiliani,era la luz urgente,el orfebre preciso,el ascenso comenzaba.Al recordar al maestro los ojos de Guillermo brillan y su rostro se ilumina,su estilo,su espíritu gozón,su desenfado en la escena y fuera de ella se avienen a la descripción del viejo maestro:"era enorme,tenía unas manos grandísimas,usaba candongas,era todo un gitano"me dice y su expresión me muestra claramente que Emiliani no ha muerto,no del todo como pasa con los grandes,algo de él se quedó habitando dentro del apasionado frente a mi,amén de cuántos más, tocando sin cesar el violín del ímpetu.Gracias a Emiliani,Guillermo tuvo la plena convicción del camino que seguiría,la regla del viejo para el violín era no tener ninguna,sólo tocar,tocando vendrían los hallazgos,los aciertos y errores,tocar con el dictado de la pasión,con el conocimiento y la intuición entrelazados,el joven aprendíz llegó a sentir que su guía era una suerte de mago,un ser desmesurado,vital y abierto a la experiencia,Guillermo quiso ser como él y creo que lo ha logrado,la férrea convicción llevaría muy lejos a aquel hijo del dueño de un café que quería que su violín se hiciera tanguero,a aquel alumno impulsivo a quien el maestro Valencia un día le dijo que el violín no era lo suyo.CONTINUARA
Que fué de Emilianí?
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